Adicto al escenario
Con el templo del boxeo como testigo, el bigote bicolor ofreció uno de los mejores shows de toda su carrera.
Mucho antes de convertirse en un ex adicto, durante una entrevista otorgada a quien suscribe, Charly García esbozaba un deseo: “Me gustaría hacer música para escuchar debajo del agua”. Llámenlo maldición o la materialización de ese trillado dicho que reza “¡tené cuidado con los sueños, se pueden volver realidad!”, pero desde su vuelta al ruedo hubo un invitado con asistencia perfecta: La lluvia. Vélez, Cosquín, Luna Park, infalible.
Sin embargo, dentro del templo del boxeo, el sol brilló como nunca para García y su aceitada banda. En lo que fue uno de los mejores conciertos de su dilatada trayectoria (sí, así nomás), el bigote bicolor demostró que está ganando la batalla contra el monstruo que se había convertido en las últimas décadas. Con una puesta en escena diseñada por Pichón Baldinú que, ahora sí, pudo ser desplegada en toda su dimensión (tampoco se imaginen el ZOO TV Tour de U2), el ex Sui Generis gatilló sus mejores armas.
Con una especie de hada en contraluz flotando detrás del telón, una suite de matriz propia y el ímpetu de “Demoliendo hoteles”, Charly abrió el primero de la serie de tres conciertos que ofrecerá en Buenos Aires (nueva función 3 de abril). Sustancialmente, la lista no varió demasiado de la que venía ejecutando, pero se agregaron algunas páginas que le dieron características notables al espectáculo. Entre otras cosas, la inclusión de “Los Salieris de Charly” y “El fantasma de Canterville” (sorpresa fuera de programación), ambas con León Gieco oficiando de invitado estelar, una calificación que también le calzó a Pedro Aznar (presentado como “uno de los Beatles argentinos”), quien subió en los bises a desgranar esa perla de Serú Girán titulada “Perro andaluz”.
En el modulo de los estrenos, además de la ya difundida “Deberías saber por qué”, se reveló “La medicina”, un tema que parece definir con puntería el momento de su autor. “Es tan nuevo que la letra no me la sé todavía”, se sinceró Charly, antes de entonar estrofas como: “Voy a comer hasta morir… voy a tomar más de aquella medicina del amor… A veces con vivir no alcanza”. Filoso. Antes, había sido sentado sobre un andamio y elevado para cantar “No soy un extraño”. Después, emocionó con la interpretación de “Llorando en el espejo”. “La línea blanca se terminó, no hay señales de tus ojos y estoy llorando en el espejo y no puedo ver”… No digas más.
Quizá, todo ello haya sido el postre de una comida que, como siempre, está nutrida de clásicos del calibre de “Promesas sobre el bidet”, “Cerca de la revolución”, “Fanky” (el Negro García López en su mejor forma), “Rezo por vos”, “Yendo de la cama al living”, “Raros peinados nuevos”, “No me dejan salir” y “No voy en tren”. En definitiva, una catarata de himnos populares. Así, mientras su limusina blanca lo esperaba a la salida como en los viejos tiempos, un Charly más obeso se despedía como un pasajero en trance… perpetuo y genial.